Desde que nacemos, nos educan para sentirnos inmersos en una sociedad competitiva, un tanto complicada, que nos incita a sacar nuestro instinto de supervivencia para poder resistir en esta jungla de asfalto que nos hemos montado.
Vivimos de cara a la galería. De puertas para afuera. Donde da la sensación de que los sentimientos no importan y la competitividad es nuestra máxima. Nos deshacemos y nos alientan por aparentar que “podemos con todo”. Ahora, además con la moda del positivismo, nos lo creemos de verdad: “Eres la mejor” “Hoy lo harás genial” “Vas a triunfar”… Ojo, que tiene su razón de ser, pero el problema es que muchos vivimos inmersos en esta nube rosa que, con la mejor intención del mundo, nos perjudica más que nos beneficia. Cuando las cosas no salen como nos hemos imaginado, viene la frustración y no nos han enseñado a gestionarla.
Trabajamos para ganar dinero, nos compramos el último aparato electrónico de moda para posicionarnos en un lugar de referencia. Pero, luego nunca, nunca, nunca es suficiente. Cuando tenemos el móvil, queremos el coche, cuando tenemos el coche, necesitamos una casa grande, cuando tenemos la casa, necesitamos unas vacaciones a un país más exótico… Y así vivimos, dejándonos la piel y demostrando lo válidos que somos en un puesto de trabajo que, en la mayoría de las ocasiones, nos exprime hasta el punto de querer llegar a casa y no querer pensar más en él.
Y, claro, con este ejemplo que damos, además, nos entregamos a fondo premiando a nuestros hijos con extraescolares frenéticas que también les dejan agotados. Todo porque nos parece imprescindible y realmente necesario que, a los 6 años, los niños ya sepan idiomas, naden como el que más, compitan en judo, hagan algoritmos matemáticos complicadísimos y compitan en exhibiciones de gimnasia rítmica o en los partidos de fin de semana de fútbol.
Hablando del fin de semana, muchos continuamos el ritmo frenético también a nivel social para no quedarnos parados…“no sea cosa que me encuentre con mis pensamientos y mis miedos. ¿Qué voy a hacer entonces?…”
Pero si has tenido suerte y has logrado descansar, empieza de nuevo la semana, lunes por la mañana, de nuevo las prisas, los atascos, los enfados… vamos corriendo a todos lados para tratar de cumplir con la interminable lista de tareas. El resultado es que llegamos a casa agotados y, para muchos de nosotros, como ya he mencionado, empieza nuestro segundo trabajo, la crianza y, ¿qué te voy a decir que no sepas? Los niños acaban pagando nuestras tensiones y frustraciones.
¿En serio, quieres continuar así? ¿En serio, este tipo de vida te llena?
Desde aquí, te propongo iniciar un camino diferente. Un camino que, sobre todo al principio, tampoco va a ser fácil porque supone desaprender para reaprender nuestros comportamientos, nuestros automatismos, nuestros condicionamientos. Pero, sí te puedo asegurar de que vas a iniciar un camino de plenitud. Un camino con sentido.
Tampoco te aseguro que a partir de ahora no vayas a tener más bajones y vivas en una vida de color de rosa. Ni mucho menos es así. Lo que sí sucede es que desde este lugar tal vez tus caídas duren menos. Incluso, con el tiempo, sepas prevenirlas y sin duda alguna tengas más herramientas para afrontarlas.
Una de las grandes enseñanzas orientales nos recuerda que: “el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”. A eso me refiero. No podemos evitar que nos sucedan ciertos acontecimientos a nuestro alrededor, pero sí podemos aprender a gestionar nuestra reacción/respuesta frente a lo que nos sucede. Porque no nos tenemos que definir por todo aquello que nos ha sucedido en la vida, si no, en la forma en que nosotros sabemos gestionarla. Es un camino de evolución ascendente.
El camino de la conciencia te invita a ser, digamos, que un poco rebelde. No asentir a todo lo que nos dice el sistema. No hacer porque sí todo lo que nos dicen. Pero tampoco es una evasión. Porque es a lo que tenemos tendencia. Luchar, guerrear o evadirnos para no afrontar la realidad. NO, no es eso.
Más bien te estoy hablando de un recorrido personal, interno que sólo puedes recorrer tú, a tu estilo. A decir verdad, ahora mismo no te puedo decir cómo va a ser este viaje, porque tú lo vas a marcar. Lo que importará será que tú aprendas a escucharte, a sentirte y a responder como mejor te sienta a ti, a tu cuerpo.
Se trata de descubrirte y vivir en base a lo que necesita tu yo más esencial. No el personaje que te has formado. Tampoco el personaje que los otros quieren que seas. Sinó, algo más esencial, básico, puro e innato en nosotros, que se manifiesta a través de nuestros miedos, nuestras reacciones, nuestros enfados. Todos ellos hablan de ti.
Y en el supuesto caso que estas palabras hayan empezado a calar en ti y te estés planteando empezar a buscar este yo interno, te diré que es muy difícil hacerlo sólo. Ir de la mano de algún profesional es más que recomendable. Aunque también te diré que tú vas a hacer el 98% del trabajo.
Los acompañantes estamos ahí, a modo de espejo, para propiciarte experiencias que te ayuden a reflejar qué es lo que te está sucediendo. No tanto la reacción en sí, sino el origen de esa reacción. De modo que descubriendo el inicio de la madeja del hilo, vas a poder comprenderte mejor y comprender mejor tu vida, tus relaciones. Te puedo asegurar que todo es mucho más lógico de lo que parece, lo que ocurre es que vivimos, algo así como dormidos, y eso hace que no nos demos cuenta de por qué nos suceden estas cosas. Lo que nos lleva a culpar a los otros de nuestras desgracias y nos posicionamos en un papel victimista. Créeme, hablo por experiencia. Pero, en el momento en el que tú internamente decides ser dueño de tu vida, decides dar un paso, por mínimo que sea hacia tu propio sentido, entonces los cambios se producen. Eso sí que es algo mágico y especial.
Arrojar luz a tu vida, es poner conciencia en tus quehaceres diarios, momento a momento. Es un despertar lento ante tu propia vida. No necesitas, de repente, empezar a comer sano, hacer ejercicio cada día y recitar mantras al levantarte. Tal vez esto venga con el tiempo… pero de momento, lo que te planteo es algo tan sencillo y accesible como contactar con tu respiración. Tan sencillo que resulta difícil.
Mindfulness es la palabra inglesa empleada para traducir sati, un término del idioma pali que denota conciencia, atención y recuerdo (Siegel y Cols., 2009). John Kabatt-Zinn afirma que mindfulness significa “prestar atención de una manera especial: intencionadamente, en el momento presente, sin juzgar.” Mientras que Guy Armstrong nos lo explica de un modo más sencillo diciendo que mindfulness es “saber lo que estás experimentando mientras lo estás experimentando”.
Cuando somos capaces de parar, con todo lo que ello implica y sencillamente concentrar toda nuestra atención en el aire que inhalamos y exhalamos, algo cambia. De hecho, te invito a que lo hagas ahora mismo, antes de continuar leyendo. Para por un segundo, cierra los ojos, siente como el aire entra por tu nariz, como recorre tu cuerpo hasta llegar a los pulmones y tal vez incluso llegar a tu estómago, para luego, volver a hacer el mismo recorrido para salir.
Enhorabuena, esta primera respiración consciente puede ser el inicio de un gran cambio en ti. Porque en el momento en que paras, respiras y observas que respiras, estás haciendo un ejercicio que sólo puedes hacer desde el presente. Y ahí está la clave, se trata de traer la presencia a tu vida, no de escaparte de ella. Como dice el maestro Eckart Tolle, “la vida sólo sucede en el presente” y lo mismo decía el mítico músico John Lennon “la vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes”.
Así que la respiración se puede convertir en tu gran ancla para mantenerte en un estado de presencia. Yo las llamo píldoras mindfulness y se trata de encontrar momentos durante tu jornada en que puedas pararte un minuto, respirar, sentirte. Este es el primer eslabón de una gran ascensión hacia la cima. Parar y respirar. Pruébalo. Con cada píldora puedes ampliar el tiempo de parada y si te apetece incluso, al final del día puedes anotar en tu libreta qué has observado en cada “píldora que te has tomado”.
Puede que en ocasiones te hayas encontrado distraído en un problema, o juzgando a tus compañeros o anticipándote a un evento que vendrá en breve…la respiración te devuelve a un estado de presencia que a la larga lo que logrará es que, en lugar de reaccionar impulsivamente, seas capaz de darte un espacio interno para observar, integrar y responder.
Pero siempre desde la consciencia, desde un nivel diferente al que estabas en el momento del conflicto. Sinó, significará que no has aprendido de la experiencia y verás cómo, tarde o temprano, se te repite la misma historia. Tal vez con personajes diferentes, con otro escenario, pero tu sentimiento interno, tus emociones y tus reacciones serán las mismas, una y otra vez.
Decía Jung que “lo que no se hace consciente, se manifiesta en nuestras vidas como destino”.
Tú decides. Tú marcas tu ritmo. Lo creas o no, tú y sólo tú eres dueño de tu vida.
Ahora toca tomar las riendas y decidir hacia dónde galopas.
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